1
Recostados en el sofá, muy juntos, hablaron de ellos, de lo que fueron antes de conocerce una tarde de quién sabe cuando en el tranvía de mulas. Sus vida transcurrían en oficinas contiguas, y nunca más hasta entonces habían hablado de nada distinto del trabajo diario. Mientras conversaban, Florentino Ariza le puso la mano en el muslo, empezó a acariciarlo con su suave tacto de seductor curtido, y ella lo dejó hacer, pero no le devolvió ni un estremecimiento de cortesía. Sólo cuando él trató de ir más lejos, le cogió la mano exploradora y le dió un beso en la palma.
- Pórtate bien -le dijo-. Hace mucho tiempo me di cuenta que no eres el hombre que busco.
- Pórtate bien -le dijo-. Hace mucho tiempo me di cuenta que no eres el hombre que busco.
2
Siendo muy joven, un hombre fuerte y diestro, al que nunca le vio la cara, la había tumbado por sorpresa en las escolleras, la había desnudado a zarpazos y le había hecho el amor instantáneo y frenético. Tirada sobre las piedras, llena de cortaduras por todo el cuerpo, ella hubiera querido que ese hombre se quedara allí para siempre, para morirse de amor en sus brazos. No le había visto la cara, no le había oído la voz, pero estaba segura de reconocerlo entre miles por su forma y su medida y su modo de hacer el amor. Desde entonces, a todo el que quiso oírla le decía: "Si alguna vez sabes de un tipo grande y fuerte que violó a una pobre negra de la calle en la Escollera de los Ahogados, un quince de octubre como a las once y media de la noche, dile dónde puede encontrarme".
García Marquez
García Marquez
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