Saturday, June 30, 2007

Alicia

Aquella mesera jamás se dio cuenta de lo que ella era para él; aquel hombre que todos los días iba a tomarse una cerveza debajo de los almendros del café, esperando un momento prudente para hablarle, una grieta para expresar su interés y halagar el olor a limón que ella tenía entre el cabello todas las mañanas. Pero el momento no llegó, el café se fue a la quiebra y todo el personal fue despedido sin previo aviso. Él nunca más volvió a saber de ella.

No supo, por ejemplo, que su nombre era Alicia y su vida una maravilla porque resultaba increíble que siempre llegara temprano al trabajo, a pesar de la tormenta diaria que tenía que enfrentar. Como aquella vez que creyó que alguien tocaba a la puerta, fue a abrir, vio pasar una cucaracha en la banqueta y corrió a aplastarla, el viento cerró la puerta dejando las llaves adentro y a ella encerrada afuera.

Nadie sospechó que si llegaba temprano era por la ilusión de ver al cliente español, que había ido una mañana hace ya casi un mes y la había deslumbrado con un halago tan sencillo como era el olor a limón entre su cabello esa mañana.

Thursday, June 14, 2007

Será mañana



Mudo, acostado sobre un colchón formado por amarillentas sábanas, yacía el cuerpo desnudo y atlético de Isaías Watson. El doctor Flórense lo contempló desde un rincón de la lúgubre habitación. Un fuerte olor a medicina se esparcía por la habitación, como plomo, sediento y pesado buscaba donde impregnarse.
El doctor Flórense tomó un cuchillo de la mesita de instrumentos quirúrgicos y degolló a Isaías. No salió sangre, tan solo un ruido seco por la fricción del cuchillo contra la séptima vértebra. Sostuvo entre su puño la cabellera haciendo rotar la cabeza, observó las agradables facciones que parecían copiadas de una escultura labrada en vidrio, no resultaría difícil romperla, pensó. Tomó un bisturí y circuncidó la parte superior de la cabeza, con unas pinzas tomó la piel y levantó de golpe, descubriendo un cuerpo craneal blanco y curvo. Los parpados de Isaías se abrieron de par en par, desconcertados, observando el espectáculo que acontecía en su alrededor
-¡Flórense!- Exclamó desesperado- ¡Hey Flórense! ¿Qué haces? Ay no Flórense, ¿por qué me ves así?, ¿qué se oye? Flórense, quita ese dremel de mi cabeza, Flórense…
- Vaya vaya, pero si despertó el bello durmiente. ¿Cómo está Isaías? – Dijo revoloteando el filoso disco de su dremel como revolotean las aves de rapiña sobre la presa desnuda.
- ¿Por qué me haces esto, Flórense? ¿Por qué? -Gemía con debilidad, como si estuviera a punto de ahogarse, pelando por un gramo de aire.
- Primero, dado que soy responsable, le pido una disculpa, ya que no es del todo propio y sí falto de respeto, no haberle informado con anterioridad de la desgracia que le esperaba, concretamente, del que usted se despertaría sin la propiedad de su cuerpo y con un sin número de preguntas acerca de lo que le pasa, que qué le voy a hacer, que esto y que lo otro. Mas me temía que la propuesta de abrirle la cabeza para comprobar mi teoría de que es usted el poseedor de tan fascinante joya, le hubiera amedrentado y usted sabe la cantidad de cosas que los hombres con miedo son capaces de hacer.

- Por favor Flórense, cóseme a mi cuerpo, por favor... -El dremel comenzó a rasguñarle el cráneo como miles de minúsculas uñas de aves negras recién nacidas desesperadas por destrozar el caparazón del huevo q será su alimento.
- Segundo; Debo confesarle que la primera vez que escuché el cuento de la joya no lo creí, una joya capaz de engañar al tiempo, tonterías, me dije. ¿Cómo era posible? Sin embargo con la edad uno empieza a creer en estos cuentos. ¿Qué se siente, exactamente, ser joven, Isaías? Creo que ya no lo recuerdo… Mire el destello plateado de sus ojos, son tan…hermosos. -su rostro se puso duro y marcado, sus dedos jugaron con el botón de ON del dremel. -Estoy consciente de que no soy el único que le ha examinado, entre conversaciones de colegas se ha confesado que varios han puesto sus utensilios sobre… - suspirando, acarició el cuerpo inmóvil que yacía a un costado- ¿Por qué su cuerpo no tiene cicatrices? Dígame, ¿no lo sabe? Yo se lo diré: la joya está en usted. Dicen que hay que ingerirla, inmediatamente establece una organización con los órganos, tejidos, células y demás para estructurar de imperfecta manera el funcionamiento del cuerpo. Las células se regeneran más rápido, producen una piel más joven, dientes blancos, ojos sanos, longevidad de las neuronas. ¡Por eso no tiene usted cicatrices! La eterna fuente de la juventud, eterna fuente de inteligencia. No tiene idea de cuanto he buscado esta joya, no tiene idea del paso del tiempo, del dolor que me provoca levantarme en las mañanas y verme al espejo. Otra arruga, otra cana, todo se está desgastando. No me estoy volviendo más joven en lo q pasa el tiempo. ¿Cree que tengo razones para asearme? ¿Para sonreír? ¿Para qué? Estoy viejo y peor aún, estoy solo. Por eso necesito esa joya Isaías, la necesito más que usted.
- Flórense no sé de que me hablas, el brillo plateado de mis ojos es causa de unos pupilentes, mira los compré en…
- Tercero, he llegado a la conclusión, tomando en cuenta los comentarios de mis compañeros que el único lugar que no le han examinado, amigo mío, es el cerebro- Esbozó una sonrisa triunfal, inútil- Me atrevería a afirmar que está colocada justo debajo de la hipófisis. Disculpe si presiono demasiado fuerte, es necesario –Acarició la nuez desnuda y blanda de los hemisferios cerebrales, metió la mano con el bisturí, cortando con maestría de carnicero, tratando de llegar desesperadamente hasta la hipófisis. Los gritos estridentes de Isaías inundaban la habitación tanto como su masa gris-rosácea se desbordaba de las manos enguantadas. Los ojos de Isaías se le convulsionaron hasta que el iris quedó flotando sobre el blanco del ojo como un pescado muerto.
Al llegar a la hipófisis, Flórense la tomó entre sus manos, roja y punzante, lejos estaba de destellar como la joya que esperaba. Desconfiado la llevó a su paladar y tragó. Esperó unos segundos, vacilante, sintiendo un extraño impacto en todo su cuerpo. Corrió al baño con una mueca de nausea y vomitó. Se enjuagó la boca y se sintió frustrado. Caviló unos segundos antes de decirle al reflejo del espejo
- Si no fue hoy, será mañana – Un fino destello de juventud latió en sus ojos; pensaba en su siguiente víctima.