Friday, July 20, 2007

Esta noche hará frío


Esta noche hará frío

Recuerda, cuerpo, cuanto te amaron

no sólo las camas que tuviste

sino también los deseos

que brillaron abiertamente

en los ojos que te vieron

Tiempo después, cuando aquella señora se dio cuenta frente al espejo de que estaba perdiendo sus atributos, fue a comprar un vestido rojo, inapropiado para su edad. Con él puesto, esperó entre cremas y maquillajes a que la noche llegara. Se fue al parque donde se sentó en una banca iluminada a fingir que leía, en espera de un hombre joven que le ayudara a superar la crisis de los cuarenta.

Los hijos del deseo no tardaron en encontrarla, sus ojos se miraron, sus labios hablaron y fue así como ella les tendió una escalera de posibilidades que ellos subieron hasta llegar al peldaño de las proposiciones. Esto le bastaba para convencerse de que aún era joven. Entonces se daba el lujo de detenerlos en su ascenso y empujarlos hacia abajo, siempre con la misma frase: ¿Pero que clase de mujer cree que soy? No soy una puta. Entonces se paraba y atravesaba el parquecito para sentarse en el otro extremo, en la espera de un hombre atractivo, uno con dinero y brazos fuertes, no como esos hombres promedio que eran los más usuales y hambrientos. Se sentaba y abría su librito. Hasta que llegaba alguien a preguntarle porqué estaba tan sola, cuál era su nombre y que cosas le gustaban, que si no era la modelo que protagonizó tal película hace unos años, que si ella quería ir a su casa porqué él tenía una botella de whisky en espera. Ella en todo ese proceso le encontraba mil defectos. Para evitarse quedar atrapada entre sus brazos, antes de aceptar tal proposición, les preguntaba: ¿y cuánto le mide? Ellos respondían con una sonrisita confianzuda: que tanto. A lo que ella se paraba indignada, se acercaba a sus oídos y les susurrabas: Demasiado pequeño para mí. Y se alejaba al otro extremo, carcajeada. Era así como ella sentía que triunfaba sobre esos príncipes que la querían rescatar, ella era la misma bestia que se custodiaba, la que lucharía contra todo aquel que no fuera el príncipe perfecto que esperaba.

Una noche vislumbró a un muchacho joven y atlético, que caminaba pensativo por el parque. Ella se afinó la garganta pero él no volteó, fingió que estornudaba pero él no la escuchó, se roció de perfume y curiosamente él se le acercó:

- Disculpe, ¿está leyendo El Dr. Florence y la joya enterrada? – le dijo

- ¿mmm? ¿Qué? – ella no comprendió de que hablaba

- Sí, ¿en que parte va? ¿ya llegó a donde lo buscan por tener una joya enterrada en la cabeza?

- ¿Cómo te llamas muchachito?

- Isaias. Yo estoy leyendo ahora su más reciente novela

- Con que te gusta… - giró el libro que tenía entre sus manos para ver el autor- C.M. Vazquez, pues lo acabo de comenzar a leer.

- Es difícil de encontrar.

- Me lo han heredado. Mi madre. Murió hace poco en un accidente, y entre las cosas que me dejó están una pila de libros. Ahora vivo sola. Deberías ver la cantidad de desperfectos que hay en la casa, ¿no sabrás algo de electricidad? Porque por más que cambio los focos de mi recamara no prenden…

- Pues algo he de saber, pero yo lo que quiero es ser escritor.

- Ah, pues en mi casa tengo muchísimos libros, unos rarísimos, con ilustraciones que no entiendo. Tal vez te interesen algunos, si quieres, te los puedo regalar. – Se descubrió nerviosa, al ser ella la que buscaba en sus ojos la complicidad lúbrica que ansiaba. Podemos ir ahorita.

- Ah, vale, pues yo no puedo, es un poco tarde, aparte no me conoce. Debería ser usted un poco más desconfiada.

- Ah, tiene razón –se rió nerviosa. Se imaginó como una loba descubierta vestida de oveja. No supo qué decir. – Pues me llamo Lucía.

- Bueno, pues será mejor que me vaya, señora Lucia. – dijo él amablemente.

- ¡Espera! si quieres los libros puedes pasar mañana por mi casa, tomar una taza de té, escoges los que te gusten.

- Se lo agradezco, pero no.

- ¿Qué quieres? ¿Quieres libros nuevos? ¿Dinero para que los compres? – Lo deseaba desesperadamente- La educación es muy importante, estaría muy contenta de poder apoyarte. Ven a mi casa mañana, te pasaré los libros.

- Lo único que usted me quiere pasar es un herpes. – Le dijo mientras se alejaba entre las sombras del jardín.

4 comments:

Srta. Maquiavélica said...

un ultramegapost¡¡¡¡¡¡pero esta bueno
besitos

Anonymous said...

me ha gustado mucho :)

edilberto aldan said...

lo releo y sigo pensando que usted tiene demasiada prisa por publicar... en fin

Anonymous said...

la historis tiene muchos cliches pero la redaccion es muy buena y vuelve a una historia sosa y forzada algo muy interesante casi adictivo.