continuara....
No, ya no continuará. Le esperé un tiempo para ver si volvía a mandar señales, a ver si arrojaba alguna botella con un papel adentro, una carta amarilla que me dijera que me extrañaba, pero me cansé de mirar el océano encrespado y gesticulante desde la proa del barco que me había montado dias atrás. Sobreviví a su ausencia, a pesar de los 10 kilos que bajé por no comer, de la mala relación que me formulé con mis amigos por el estres de la soledad, de las noches de insomnio en que las cuatro de la mañana eran las mismas que 3 de la tarde cuando usted estaba.
Aún conservaba el débil equilibrio de su recuerdo, por eso decidí comenzar a tirar costales de cemento al mar, que se los tragaba incesantemente, con mi barco fui rompiendo las olas de su mirada, sus braquets de colores y el tiempo mismo. Inmovilicé su recuerdo, así las olas comenzaron a volverse más lentas, hasta que anclado ya en la pequeña isla, saqué mi silla playera para ver su solificación por completo, ya no sería necesario ver su cuerpo en el burbujear de las manos de las olas tratando de agarrarse a la arena, ahora estaba todo contenido, con la misma forma, lo miro y no me pasa nada, ya no tengo la necesidad de reclamaciones, de esperanzas quemadas, de mañanas.
Sí, le dedicaba las últimas miradas antes de que sintiera una mano transparente llamandome por el hombro, que agradable me ofrecia una piña colada, mientras me pregunta, ¿Salimos el sábado?
No, ya no continuará. Le esperé un tiempo para ver si volvía a mandar señales, a ver si arrojaba alguna botella con un papel adentro, una carta amarilla que me dijera que me extrañaba, pero me cansé de mirar el océano encrespado y gesticulante desde la proa del barco que me había montado dias atrás. Sobreviví a su ausencia, a pesar de los 10 kilos que bajé por no comer, de la mala relación que me formulé con mis amigos por el estres de la soledad, de las noches de insomnio en que las cuatro de la mañana eran las mismas que 3 de la tarde cuando usted estaba.
Aún conservaba el débil equilibrio de su recuerdo, por eso decidí comenzar a tirar costales de cemento al mar, que se los tragaba incesantemente, con mi barco fui rompiendo las olas de su mirada, sus braquets de colores y el tiempo mismo. Inmovilicé su recuerdo, así las olas comenzaron a volverse más lentas, hasta que anclado ya en la pequeña isla, saqué mi silla playera para ver su solificación por completo, ya no sería necesario ver su cuerpo en el burbujear de las manos de las olas tratando de agarrarse a la arena, ahora estaba todo contenido, con la misma forma, lo miro y no me pasa nada, ya no tengo la necesidad de reclamaciones, de esperanzas quemadas, de mañanas.
Sí, le dedicaba las últimas miradas antes de que sintiera una mano transparente llamandome por el hombro, que agradable me ofrecia una piña colada, mientras me pregunta, ¿Salimos el sábado?
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